KIOTO, JARDINES JAPONESES

Kioto es una gran ciudad que sorprende por lo tranquila que es. A pesar de tener más de un millón de habitantes y de contar con grandes avenidas de centros comerciales, la mayoría de sus calles son pequeñas, estrechas, tranquilas y con pequeñas casitas tradicionales. Si quieres conocer los principales templos de Japón y su lado más tradicional integrado en una gran ciudad, Kioto es tu lugar. Por ello es para todos los viajeros uno de los principales destinos si viajas por primera vez a Japón.

Cómo llegar

Para llegar a Kioto, puedes hacerlo por varios medios excepto en avión ya que no tiene aeropuerto, pero lo rodean aeropuertos internacionales perfectamente comunicados, como el de Osaka, Nagoya o los de Tokio.

Nosotros llegamos desde el aeropuerto de Narita, en menos de tres horas con dos trenes balas incluidos dentro del JRP.

Dormir en Kioto

Nosotros dormimos en el M’s Hotel Sanjo Omiya, la verdad es que para lo que necesitábamos estaba bien, buen precio, céntrico, pero en unas calles sin ruido por las noches y con vida por el día, con super para comprar desayunos, con restaurantes para cenar cerca y empezábamos y acabábamos las jornadas a pie, sin tener que coger transporte.

Moverse por Kioto

Empecemos con algunas cuestiones prácticas de movilidad: para moverte por Kioto, aunque en un primer momento pueda parecerte que te basta con echarte a andar, lo mejor es usar el autobús o el tren, pues la ciudad tiene numerosos puntos de interés y muchos están en zonas bastante alejadas las unas de las otras. Para moverte en tren, si tienes el JR Pass es muy cómodo, pues tienes muchas combinaciones en las que se puede usar. Para moverte en autobús sí que tienes que pagar un billete de autobús, pues no está incluido en el JR Pass, y lo mejor es que tengas la tarjeta Suica, que te facilita el pago, ya que los autobuses sólo aceptan el importe justo, no te dan cambios. No obstante, junto al conductor hay una máquina en la que puedes cambiar dinero. Sin embargo, si calculas que vas a coger más de 3 veces el autobús, te compensa comprarte un bono de autobús diario (el Day Pass). Nosotros lo hicimos en nuestro primer día por Kioto y lo compramos en el mismo autobús. Otro dato que hay que conocer sobre los autobuses es que aquí se sube por la puerta de atrás y se paga al bajar, que es cuando se sale por la puerta de delante.

Nosotros pasamos 4 días en Kioto, pero sólo empleamos dos de ellos para visitar esta ciudad. Kioto se funde con las ciudades de Nara y Osaka, así que aprovechar la ocasión para visitarlas en el día es la mejor opción. Con el tren (de nuevo hay opciones JR Pass), desde la estación de Kioto estás en cualquiera de los dos sitios en apenas 15 minutos o media hora, como si de otro barrio de la misma ciudad se tratase… Así pues, nosotros disfrutamos de Kioto durante nuestros primeros dos días en Japón, el tercer día visitamos tanto el Bosque de Bambú como Nara y el cuarto día, Osaka.

Gion Matsuri

Decidimos que nuestro punto de partida en este viaje nipón fuera Kioto porque durante varios días de julio (entre ellos el 16 y el 17 de julio, que es cuando estuvimos nosotros) tiene lugar la celebración de un festival tradicional: el Gion Matsuri. Desde luego es una buena ocasión para ver a los japoneses vestidos con sus tradicionales kimonos, disfrutar de los espectáculos callejeros, los desfiles con sus famosas 34 grandes carrozas de varias toneladas, los puestos callejeros de comida y cruzarse con mucha, mucha gente por las interminables avenidas de Shijo, Kawaramachi y Oike.

El día principal del festival, en el que tiene lugar este gran desfile, es la mañana del 17 de julio (el Yamahoko-Junko), mientras que el día 16, por las mismas calles y en el templo de Yasaka Jinja, hay numerosos espectáculos tradicionales y puestos de comida callejera. Cortan las calles para que la marea humana las inunde y… ¡a disfrutar! Aquella tarde del 16 de julio nos encontramos con la música de los tambores japoneses, la danza de los dragones, las grullas-sombrero de un grupo de niñas que parecían flotar por encima de la masa de gente, una ceremonia del té con geishas (para la que había una buena fila que no hicimos) y con las impresionantes carrozas con forma de barco que veríamos al día siguiente en el desfile, entre otras cosas. Aquellas carrozas, como inmensos barcos de madera, con sus farolillos encendidos y niños encaramados a ellas, tocando tambores, campanillas y flautas, eran una imagen onírica.

La mañana del 17, mientras nos preparábamos para salir del hotel pusimos la televisión y seguimos la retransmisión de los inicios del desfile ¡nos recordaba a nuestro día del Pilar con la ofrenda de flores pero en versión nipona! Cuando llegamos a la gran avenida de Shijo ya vimos que iba a ser difícil avanzar mucho por la calle, pues había mucha gente viéndolo. Además, el calor agobiaba demasiado. No obstante, avanzando por los callejones laterales, conseguimos encontrar varios puntos desde los que observar todo el ritual del movimiento de las carrozas: primero se toman su tiempo y, en un momento dado, dos hombres con abanicos y kimonos situados de pie en la parte de delante, se agarran a dos grandes cuerdas, se cuelgan de ellas hacia delante y lanzan un grito; entonces, mientras ellos mueven el abanico, dos largas hileras de hombres arrastran hacia delante la gran carroza, tirando de dos gruesas cuerdas, aquí una muestra del vídeo. Es un espectáculo curioso para ver durante un rato. Luego el calor y la multitud te vencen.

¿Qué más hicimos en Kioto?

Bueno, pues si hay algo que abunda en la antigua capital de Japón, son los templos y los jardines japoneses, así que el primer día pasamos la mayor parte del tiempo visitando algunos de ellos y, a pesar de movernos entre varios de nuestros objetivos en autobús, el resultado es que entre jardín y jardín al final anduvimos nada más y nada menos que ¡26 kilómetros! Entre eso, el jet lag y el terrible calor húmedo la verdad es que acabamos agotados. 

Nuestra ruta turística comenzó por el Castillo de Nijo, que estaba cerca de nuestro hotel. No se podían hacer fotografías del interior, así que no podemos deleitaros con ellas, pero era precioso. Obviamente, el concepto de castillo aquí es totalmente diferente y nos encontramos con un edificio de madera de una planta, con forma de templo, con salas de puertas corredizas, tatamis y paredes decoradas para transmitir intimidación, riqueza o calma, según a lo que estuvieran destinadas. Un pasillo de madera lo conectaba todo y sonaba al piar de los pájaros cuando lo pisabas, de modo que ningún indeseable pasase por allí sin ser advertido… Y, por supuesto, varios jardines, con estanques, flores y árboles de formas imposibles lo rodeaban. Este castillo del siglo XVII, como prácticamente todos los templos que visitamos por aquí, se quemó en algún momento de su historia y tuvo que ser reconstruido. Y es que se ve que la madera no es la mejor opción si quieres que algo perdure… En este castillo vivió el shogun (gran mandatario del Japón imperial, del gobierno samurái) y tuvieron lugar en él varios eventos importantes. ¡Sin duda, es una visita obligada si vienes a Kioto! Tienes que pagar entrada para visitarlo, igual que en el resto de templos que visitamos aquí en Kioto. Los precios oscilan entre los 400 y los 1000 yenes y normalmente hay que pagar la entrada en efectivo.

Después nos fuimos a uno de los extremos de la ciudad y visitamos el templo Kinkaku-ji, famoso por sus paredes doradas y su fotogénica imagen junto al agua del estanque de su jardín. Este templo no se puede visitar por dentro, así que únicamente se pueden recorrer sus jardines que, eso sí, son muy bonitos.

Cerca de él se encuentra el templo Ryoanji, famoso por su jardín seco, que es como los jardines Zen que conocemos y podemos tener en casa, pero de 25 metros de largo, hecho con rocas y gravilla, que rastrean para darle dibujo. Además, puedes entrar a pasear por un pasillo que rodea el interior de algunas estancias que recuerdan a las del Castillo de Nijo y, por supuesto, deleitarte con sus preciosos jardines japoneses.

El último templo que visitamos en esta misma zona de la ciudad antes de trasladarnos a la otra punta fue el templo de Ninna -ji. Es bonito, pero de los tres que visitamos en esta zona es el que menos nos gustó, seguramente porque estábamos ya un poco cansados y derretidos por el calor, ya que era el más grande y con más edificios, pero ninguno en nuestra opinión «diferente», así que nada más acabar de verlo, nos metimos a comer en el primer restaurante que vimos enfrente.

Si por la mañana habíamos visitado el templo de oro, después de comer fuimos a la otra punta de Kioto para visitar el de plata, el templo Ginkakuji. La verdad es que lo más bonito de este templo son sus jardines, pues el pabellón principal, que está junto a un jardín seco, no se puede visitar por dentro. Dicen que este templo se construyó, en 1482, inspirado en el templo dorado, el de Kinkaku-ji.

La salida del templo Ginkakuji da a parar al paseo de los filósofos. Este paseo es un camino junto a un pequeño canal que, con los cerezos en flor, debe de ser de lo más agradable. Nosotros lo hicimos hasta el final y, una vez acabado, volvimos a adentrarnos en la ciudad, para ir a ver el festival de Gion Matsuri por la zona de Gion. De camino, sin embargo, nos topamos con la inmensa puerta del Santuario Heliana y decidimos entrar a echar un vistazo. Pero no pudimos ver sus grandes jardines, pues estaban cerrando ya. Ahora sí, con la visita a este templo, cerramos nuestro tour de templos del día y, como necesitábamos descansar los pies un poco, nos sentamos en el parque de enfrente un rato. Estábamos ya molidos, entre el calor y los kilómetros recorridos…

No obstante, todavía teníamos que ir a vivir la animación del festival, así que seguimos andando hacia el Santuario Yasaka y el parque Maruyama, en la zona de Gion. Por el camino, que transcurría junto a otro canal pequeñito, de aguas transparentes, paramos otro rato para meter los pies y refrescarnos un poco. Sobre nuestras cabezas ya se oía hacía rato al helicóptero que sobrevolaba el festival… Cuando finalmente llegamos al Santuario Yasaka en el parque Maruyama, nos fundimos con la multitud y nos dejamos deleitar por la animación japonesa que nos rodeaba. El santuario, lleno de gente, de puestos de comida, de espectáculos… era también muy bonito, pero lo vimos ambos días envuelto en el festival.

Nuestros pies cansados nos llevaron poco a poco por la calle principal, dejando que nuestros ojos curiosos parasen sobre los distintos espectáculos, sobre las geishas, la gente vestida con kimono… Hasta que, por fin, repusimos algo de fuerzas cenando y, ya sin más energía en el cuerpo, llegamos al hotel.

Nuestro segundo día en Kioto comenzó con el gran desfile del Gion Matsuri que hemos narrado antes. Tras ello, pusimos rumbo al templo de las 1001 estatuas de la deidad budista: Sanjusangen-do. La visita a este lugar es, sin duda, obligada. No se pueden hacer fotos del interior, así que no podemos ofrecer testimonio visual de lo impresionante de la sala principal del templo… tendrás que verlo con tus propios ojos. La sala, extendida a lo largo y conformada por grandes vigas de madera, está ocupada por largas hileras de estatuas de madera que representan a Kannon. Todas parecen iguales, pero no lo son, pues están hechas a mano. Frente a ellas, como si impidieran el paso a los visitantes, hay una hilera con las estatuas que protegen a la deidad, entre ellas, el dios del trueno y el del viento.

Antes de comer, aún nos fuimos a visitar otro templo, el de Kiyomizu-dera. Desde este templo, que está junto al bosque (como muchos otros, en realidad), se puede ver Kioto, pues está algo elevado. Allí, entre pagoda, jardines, edificios religiosos, altares y fuentes, había algo curioso que nos llamó especialmente la atención, y es que puedes volver al útero materno por tan sólo 100 yenes. La experiencia es corta: bajando una escalera entras a un oscuro pasillo en el que no se ve absolutamente nada; debes agarrarte a una cuerda que hay en la pared que guía tus pasos; y al poco tiempo aparece frente a ti una roca iluminada con una inscripción en sánscrito. Esta peregrinación por el útero exige que confíes en tu fe para atravesarlo, de modo que renaces con ella.

A los pies de este templo están las calles de Sanneizaka (cuidado, porque si te caes andando por esta calle, dicen que morirás en 3 años) y Ninenzaka (en esta ten más cuidado, porque tardarías sólo dos…). Pasear por ellas es realmente bonito, pues son todo casitas bajas, tradicionales. Entre estas calles se alza también la pagoda de Hokan-ji y hay numerosas tiendas de recuerdos y restaurantes. Nosotros, de hecho, aprovechamos para comer allí y para cotillear un poco en una de las tiendas de los estudios Ghibli, pues andábamos buscando algún recuerdito de Totoro…

Por la tarde decidimos alejarnos un poco del centro de Kioto y nos fuimos a visitar el famoso santuario de Fushimi Inari. Este precioso lugar está en el bosque, a las afueras de Kioto, y es muy fácil y rápido llegar a él, pues se puede coger un tren JR y en 15 minutos o menos ya estás allí. Nosotros cogimos el tren desde la misma parada de metro de Gion, porque habíamos bajado hasta allí para ver el templo de Yasaka, que no pudimos ver, pues seguía con todo el ajetreo del Gion Matsuri.

Si viajas a Kioto, no puedes dejar de visitar Inari. Puede que fuera nuestro santuario preferido de la ciudad. Lo peculiar de este santuario es que tras los edificios principales del templo comienza un largo pasillo de hasta 10 000 toris naranjas, cada uno de un donante que lo sella con su firma, los cuales se pierden por el bosque, camino arriba hasta llegar a lo alto del monte, desde donde se ve Kioto. Te recomendamos que te animes y hagas el recorrido completo (sin perderte, pues hay varios cruces en el camino y debes seguir las indicaciones) que puede llevarte aproximadamente una hora. Nosotros agradecimos mucho la sombra de ese bosque asalvajado en aquella tarde de calor veraniego. Así, con el sonido intenso de las chicharras que se extiende por todo Japón en verano, acompañado del místico cantar de unos pájaros que hacen de algunos rincones un lugar un tanto mágico y del sonido del agua de los riachuelos, la tarde se vuelve más refrescante y la excursión, sin duda, preciosa.

Cuando regresamos al centro de Kioto, nos fuimos a dar un paseo por la calle de Pontocho, que es una bonita y estrecha calle peatonal junto al río, en la zona de Gion. Esta calle está flanqueada por restaurantes y algunos de ellos tienen bonitas terrazas para comer viendo el río. No obstante, aunque íbamos buscando un lugar para cenar (pronto, porque aquí en Japón hay muchos restaurantes que a las 20:30 o a las 21:00 ya cierran la cocina), no encontramos ninguno que nos convenciera en esta bonita calle. Muchos tenían toda su carta en japonés y/o sin precios, además de no tener la típica vitrina con las «maquetas» de los platos que sirven en exposición (esto es algo que nos llamó mucho la atención la primera vez que lo vimos y que nos pareció al principio muy divertido y, después, muy útil). Otros restaurantes eran, sencillamente, demasiado caros, pues en esta zona suelen serlo y dicen que hay que tener cuidado y no entrar al primer sitio que nos plazca sin conocer los precios. Así que seguimos andando y, en seguida, al salir de la calle, encontramos sitios con muy buena pinta y mejor precio. De hecho, cenamos en uno de ellos, probando por primera vez el okonomiyaki, que es como una especie de tortilla rellena, ¡muy, muy rica! Las encontrarás por todas partes también en Osaka, Hiroshima o Miyajima y las hay de muy diversos ingredientes. ¡Para todos los gustos! Muy cerquita de esta zona está también el mercado de Nishiki, que intentamos visitar, pero eran más de las 19:00 y ya estaban todos los puestos cerrados.

Como siempre para este y otros viajes, recomendamos viajar con seguro. En nuestro caso, este último viaje y el que estamos mirando para el verano de 2024 lo haremos con MONDO que parece que esta tomando la delantera en este mundillo. Si queréis un descuento del 5% al contratar el vuestro, sólo tenéis que pinchar en la siguiente imagen.

Deja un comentario