NARA Y EL BOSQUE DE BAMBÚ

Nuestro tercer día en Kioto fue para hacer una excursión al bosque de bambú y a la ciudad de Nara, que se funde con Kioto y Osaka en un horizonte interminable de edificios. De nuevo, con un tren JR no necesitamos más de media hora para llegar hasta Nara e igual que en el caso de Inari, tardamos menos aún en llegar al bosque de bambú, que está situado a las afueras de Kioto, en una de las laderas de las boscosas montañas que rodean toda la ciudad.

Lo primero que hicimos por la mañana fue ir al bosque de bambú, una visita que, sinceramente, si ya has visto zonas de bosque de bambú antes, te puedes ahorrar. Cuando nosotros llegamos había muchísimos turistas y el tramo de camino por el bosque de bambú estaba lleno de gente. En el mismo bosque había también un santuario al que no entramos, la verdad. La visita fue breve y nos dejó un sabor de boca más bien insulso.

De allí nos fuimos a Nara. Nara fue capital de Japón en el siglo VIII y, al igual que Kioto, conserva mucha historia entre sus templos. Por cierto, un día cuando estábamos en Hiroshima, escuchamos que el motivo por el que Kioto es la ciudad que conserva más edificios históricos (templos, casas tradicionales, etc.) es que durante la Segunda Guerra Mundial, mientras todo Japón fue duramente bombardeado, no sucedió lo mismo con Kioto. Y, a pesar de que Kioto estuvo en la lista de candidatas sobre las que arrojar una de los dos bombas atómicas estadounidenses, alguien la sacó de esta lista por su importancia histórica. Así es como permaneció intacta durante el conflicto, conservando su herencia cultural. A pesar de la importancia histórica de Nara, hay que decirlo, el mayor reclamo turístico hoy en día casi son los ciervos salvajes que rondan por el parque. Estos ciervos, como decimos nosotros, son unos yonkis de las galletas. Hay puestos en los que venden unas galletas especiales para ellos, para que la gente les dé de comer. Y los ciervos, que ya se lo saben, se vuelven locos cuando ven que se las has comprado… Así que… ¡poca tontería! Si les quieres dar una, mejor dásela rápido porque se ponen muy impacientes y puede que les dé por tirarte del bolso o cualquier otra cosa que lleves, buscando comida. Nosotros, cuando se nos acercaban pidiendo comida (a veces hasta la piden haciendo una leve reverencia con la cabeza), les enseñábamos las palmas de nuestras manos, vacías, y nos dejaban en paz. No son ni peligrosos ni agresivos, pero ¡que nadie juegue con sus galletas!

En fin, más allá del divertido y curioso espectáculo de los ciervos de Nara, es muy bonito dar un paseo por su parque, que se funde con la ladera del monte en su bosque, paseando por él para ver sus templos. Entre otros, está el fascinante templo de Toda-ji, que alberga un Buda gigante en el interior del que es el mayor edificio de madera del mundo. Este inmenso templo, por supuesto, también se quemó en un par de ocasiones, así que fue reconstruido. Rara es la excepción en este país del templo o castillo que se conserva intacto desde sus orígenes. No parece muy buena idea esto de hacerlos de madera… Al reconstruirlo, se redujo su anchura en torno a un 30 %, así que hay que imaginar que antes era incluso más grande. Merece la pena visitarlo, sin duda. Pero son más los templos que aderezarán tu camino por el parque-bosque de Nara, como el santuario de Kasuga, con centenares de farolillos de piedra y de forja o el templo de Kofuku-ji, con su pagoda negra de 5 pisos.

Cuando acabamos nuestro paseo por el parque de Nara, volvimos poco a poco a la estación para regresar a Kioto, callejeando. Por la mañana, por una de las calles principales, comerciales, que hay desde la estación al parque, habíamos aprovechado para entrar en una de esas grandes tiendas (esta era de 4 pisos) llena de máquinas tragaperras, videojuegos y otros recreativos. Este tipo de establecimientos que abundan en las ciudades de Japón la verdad es que son dignos de ver. Tus ojos y tus oídos quedan abrumados por músicas estridentes, colores y luces (Un vídeo de ejemplo). A nosotros la verdad es que nos cuesta un poco comprender que la gente sea tan aficionada de este tipo de sitios y, sobre todo, que juegue a esas máquinas tragaperras para coger muñequitos de plástico, peluches ¡e incluso comida!

Para comer en Nara nos dirigimos al Tonkatsu Ganko Nara, que nos gustó mucho, está en una de las callejuelas antes del parque, aunque parezca que hay mucha cola, la verdad es que se mueve rápido, al principio nos lo saltamos, pero cuando vimos que todos estaban más o menos igual, volvimos y fueron 5-10 minutos los que nos tocó esperar antes de degustar las buenas viandas que nos dieron. El tonkatsu estaba delicioso y el precio era muy ajustado. Te traen un pequeño mortero con sésamo para que machaques tú mismo las semillas y luego añadas la salsa, picante o dulce en función de lo que prefieras.

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