SPITZKOPPE: ROCAS IMPOSIBLES

En Spitzkoppe nos alojamos en el camping (del mismo nombre), que se extiende entre las formaciones rocosas de granito y cuarzo que habíamos venido a visitar. Esta es una zona para escalar y hacer senderismo mientras disfrutas de las curiosas formas de las moles de roca que surgen repentinas de la sabana. Las vistas y los perfiles rocosos son, aunque diferentes, tan curiosos como los que nos encontramos en Twyfelfontein (no lejos de aquí, también en Damaraland).

Alojarse en este camping tiene la ventaja de que ya estás dentro de la zona por la que vas a hacer tus excursiones, ya que hay una puerta de acceso a la zona que limita la entrada y, si no te alojas aquí y quieres entrar para hacer senderismo o escalar, tienes que pagar 80 dólares, mientras que es gratis si ya estás en el camping. No obstante, sigue habiendo zonas valladas a las que sólo puedes acceder si vas con un guía, que puedes contratar en la recepción del camping.

Acampar aquí es como hacer acampada libre. En recepción te dan un mapa, porque la zona de acampada es tan extensa que para ir desde tu “parcela” hasta el restaurante, las duchas o los baños tienes que coger el coche. ¡La soledad está garantizada! Conviene tener en cuenta que en tu parcela no tienes ni agua ni electricidad. Sólo hay un váter sin agua corriente (un agujero al suelo cerrado por cuatro paredes, vaya), una papelera y un espacio para hacer lumbre. Por cierto,un consejo: puesto que esta situación será muy frecuente en tu viaje, conviene llevar encima un frontal (cuanto menos), agua suficiente y papel higiénico o clínex.

Cuando llegábamos a Spitzkoppe, antes de entrar al camping, vimos una señal que indicaba un desvío a un poblado himba, una de las pocas etnias namibias, semi-nómada, que aún conservan su estilo tradicional de vida, viviendo en chozas y con sus vestimentas de antaño. Yo tenía especial ilusión por verlos, aunque no teníamos muy claro ni cómo ni dónde encontrarlos. Sí que habíamos leído que andan, como los damara, por esta zona entre Twyfelfontein y Spitzkoppe y, sobre todo, al norte del país, pero se nos habían quedado un poco fuera de la ruta. Así que al ver esta señal, decidimos acercarnos a ver qué había, si bien ya el hecho de que hubiera una señal nos indicaba que tenía pinta de turistada. Y lamentablemente así fue, caímos en la trampa.

Al coger el desvío enseguida vimos a la derecha del camino unas cuantas chozas (sin gente, ni animales, ni rastro de estar habitadas) y, un poco más adelante, unas chicas himba, ataviadas con sus ropas, joyas y peinados tan característicos, haciéndonos gestos para que nos acercáramos a unos puestecillos en los que vendían artesanía hecha por ellas (cada una insistía en que le compráramos de sus cosas). Había también un par de hombres (estos vestidos con ropa moderna) y sólo uno de ellos hablaba inglés. Otra pareja de turistas estaba en las mismas que nosotros: queríamos ver si podíamos visitar su pueblo pero la situación era extraña porque el pueblo no se veía muy auténtico (no había nadie más que ellos) y el que hablaba inglés nos decía que sí que podíamos visitarlo pero no acababa de dar pie a ello. Estaba claro que había que comprarles algo (eso sí, no me arrepiento de haberme llevado el precioso brazalete que les compré) y también nos dijo que la visita tenía un precio negociable (en principio nos dijo 150 por persona y después se lo regateamos a 100).

Por fin ya nos condujeron a su “poblado” y las 3 chicas, que eran muy risueñas, de cháchara y risas fueron corriendo a una de las chozas a ponerse más accesorios. Mientras tanto, el otro chico que no hablaba inglés, se metió a otra choza y se puso una falda y otra camisa y, cuando salió, el que hablaba inglés nos explicó que era el jefe de la tribu. En fin, nos contó una sarta de patrañas que no colaban… pero ya estábamos ahí y tocaba quedarse un rato a contemplar el show.

Al menos sí que aprendimos algunas cosas. Nos explicó el significado de algunos accesorios de las mujeres: el tipo de tobilleras indican si la mujer es virgen o cuántos hijos tienen, un colgante que se ponen a la espalda indica que está casada, etc. Y luego dentro de una choza nos mostraron cómo las mujeres queman unas hierbas para impregnarse con el humo y perfumarse y cómo se dan con un ungüento rojo por el cuerpo para darse un color más rojizo y protegerse de las picaduras de los insectos.

En fin, es muy bonito ver lo hermosas que van las mujeres himba, con su piel de arcilla, sus joyas y esos peinados de tiras de barro que les duran 3 o 4 meses. Pero no merece la pena acercarse a este punto porque te sientes muy engañado. Seguramente, aunque también saquen provecho de los turistas, haya poblados de verdad a los que merezca la pena ir, pero desde luego no aquí.

Tras este decepcionante encuentro con los himba, volvimos al camping y dimos un paseo trepando por las rocas de Spitzkoppe y haciéndonos fotos con estructuras tan bonitas como el “bridge”, que es un arco formado por las rocas. Después, una cerveza viendo el atardecer y a disfrutar de una noche estrellada junto al fuego, que siempre da una calidez salvaje a estas noches frescas.

El cielo aquí es impresionante. Estás en medio de la nada y, aunque así han sido también la mayoría de nuestras noches en Namibia, aquí las estrellas se ven incluso más. Con la hoguera, el silencio y las estrellas bajo una roca que amaga a cueva, nos sentimos un poquito como los hombres del Cromañón. 

A la mañana siguiente, decidimos dar un paseo tranquilamente por la zona, ya que no nos apetecía tener que ir con un guía para hacer senderismo. Pero la verdad es que al final las opciones de paseo no son tantas, porque nos encontramos con algunos caminos vallados y la mitad de la zona que podíamos visitar por libre ya la habíamos visto la tarde anterior. Así que paseamos un poco andando, un poco con el coche… Y siguiendo el mapa fuimos a una zona llamada Bushman Paradise, donde había unos chicos que nos explicaron que nos podían hacer una visita por las rocas para ver las pinturas rupestres de la tribu de los San por el precio de una propina. 

Subir las rocas con uno de estos chicos fue sabia decisión, aunque el camino, roca arriba, quizás no sea apto para todos los públicos. Desde allí arriba, además de las vistas que se pierden en el horizonte, descubrimos también una zona escondida entre las rocas (casi como un pequeño valle) que es donde vivían los san (bushmen). Allí estaban protegidos de todo, excepto de algunos leopardos que por lo visto a veces siguen apareciendo por ahí arriba y de las serpientes venenosas (unas cuantas, según nos explicó el guía). 

Vimos varias pinturas rupestres de entre 2000 y 4000 años de antigüedad y nuestro guía nos comentó otras cosas interesantes. Por ejemplo, nos mostró unas plantas venenosas cuya leche los san aplicaban a la punta de sus lanzas para cazar y que incluso si las quemas, el humo que inhalas es venenoso; y nos enseñó cuál es el árbol aromático que las mujeres himba emplean para perfumarse.

Por la tarde, sencillamente emprendimos camino a Walvis Bay, donde terminamos el día haciendo la compra y tomando algo en el bar del camping. 

Si viajas a Namibia en su invierno, debes tener en cuenta que tus días acabarán muy pronto, con poco que hacer a partir de las 18:00. A las 18:30 se hace de noche y, a no ser que estés en alguna ciudad, tu mejor plan a partir de esas horas puede ser un fueguecito, una barbacoa y un buen libro. Aunque para nosotros ahora en temporada Covid estar en una ciudad no cambia el plan, con toda la restauración cerrada (excepto en campings) y el toque de queda (con sirena y todo) a las 21:00.

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De aquí a Walvis, dónde seguimos con la siguiente etapa: WALVIS BAY: DUNAS, MAR Y FLAMENCOS

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