Ao Nang (Bahía de Krabi)

DÍA 8: CHIANG MAI Y AO NANG
Hoy amanecemos en nuestra última mañana en el norte. Ya hemos visto todo lo que queríamos conocer, así que, ¿qué mejor manera de pasar el rato que aprovechando para dormir más y darse un famoso masaje tailandés de pies.

Temprano por la tarde sale nuestro vuelo hacia Krabi. Al llegar cogemos un autobús que por 150 bahts (3,5€), por persona nos llevará hasta el hotel, en la zona de Ao Nang.

Ya estamos en el hotel, y la verdad es que a priori muy recomendable. Céntrico, con unas pequeñas cabañas o mini casa como habitación. Se llama The Krabi Forest Homestay, y aunque es algo más caro que el resto que hemos usado, la zona también lo es, y sale por 550 baht la noche, que viene a ser algo menos de 15 euros entre dos. Salimos a descubrir las playas cercanas y a cenar.

DÍA 9: AO NANG

Nuestro primer día en la zona de playas más famosas de Tailandia. Hemos decidido dedicarlo a la zona de Railay, que se encuentra en la costa pero a la que, debido a su escarpada orografía, sólo se puede acceder en barco.

Delante mismo de nuestro hotel hay una parada de Long tails (esos típicos botes de madera con una proa alargada) que por 100 baht, unos 2,5€, te dejan en Railay en 15 minutos. Los botes circulan durante todo el día hasta las seis de la tarde pero no tienen un horario fijo, salen cada vez que se llenan.

Railay tiene suficiente como para pasar un día entero. Con cuatro playas, un par de cuevas, chiringuitos, paredes para escalar en la misma playa y algunas excursiones entre la selva el viajero no se aburrirá.

El barco nos deja en la playa del oeste, llena de hoteles en la misma línea de playa. La marea está alta y, al igual que sucede con el resto de playas de la zona, apenas hay un trozo de arena que no esté cubierto por el agua. Nos cuesta imaginar cómo se ajustarán a este espacio los turistas en la temporada más alta.

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Decidimos caminar en busca de la playa de Phra Nang Cave Beach. De camino nos encontramos con la Diamond Cave, por lo visto llena de estalagmitas, pero no nos gusta que nos pidan pagar por entrar, así que seguimos el camino. Entonces nos encontramos con algo sobre lo que habíamos leído. La cuerda se pierde hacia arriba por una pared de rocas y barro. Sabemos que al otro lado hay unas vistas magníficas de Railay desde lo alto, así que no nos lo pensamos dos veces y nos ponemos a trepar. Lo cierto es que la subida no cuesta mucho esfuerzo y se hace divertido, sobre todo para quien le guste pringarse con el barro. La bajada cuesta algo más de esfuerzo de cálculo.

Al llegar arriba el sendero se separa en dos. Sabemos que el otro lado lleva hasta una laguna de agua dulce, pero hemos oído que la bajada final son 10 metros de pared vertical que no todo el mundo es capaz de hacer, así que lo dejamos para otra vida. Andamos un par de minutos más por nuestro sendero y voilà!: a nuestros pies tenemos un mar de palmeras y resorts, limitados a izquierda y derecha por blancas playas y, para cerrar la zona, escarpados peñascos con paredes que parecen haber surgido de repente de lo más profundo de la tierra.

Cuando bajamos de nuestra excursión, ya no queda esperanza para nuestra ropa. La gente nos mira sin disimulo preguntándose de dónde coño hemos salido para ir de barro hasta las cejas. Y, a dos minutos, ¡la salvación! Llegamos a la preciosa playa de Phra Nang y…. ¡al agua patos!

En un extremo hay una cueva llena de penes de madera de todos los colores y tamaños. Es curiosa la estampa. Hay un templete con inciensos y la gente se acerca a rezar, supongo que a algún tipo de dios de la fertilidad. Esa misma roca inmensa forma otra cueva sobre el agua, verde esmeralda, y al nadar te das cuenta de que desde muy arriba, algún manantial, las plantas o la propia tierra te están regalando unas gotas de agua dulce que caen como en cámara lenta hasta el mar en que te estás bañando. Por un momento parece que se para el tiempo. ¿Dónde estoy?

El resto de la playa no es para menos: algunos Long tails parecen estar posando para el viajero varados en las arenas blancas, los árboles se inclinan sobre la playa, algunos monos saltan entre sus ramas y, además, hay sorprendentemente pocos turistas.

Después de comer cambiamos a la playa oeste, ahora con la marea baja. Nos entretenemos observando el arte improvisado e inconsciente de los cangrejos peleles, que, buscando comida entre la arena, crean unos fascinantes dibujos circulares con las bolitas de arena.

Queda añadir que la playa este también resulta interesante, con una especie de manglares llenos de árboles de altas raíces plantados sobre el agua. Eso sí, el agua está sucia y no invita a bañarse.

De vuelta en Ao Nang a las 18:00 no queda mucho que hacer, excepto ver el atardecer en la playa y luego ir a dar una vuelta entre los puestos, tomar algo y cenar. El ambiente de fiesta nos parece demasiado guiri y no nos atrae mucho, la verdad. Mejor pronto a la cama, que mañana toca madrugar.

DÍA 10: AO NANG

Hoy vamos a hacer la mayor “turistada” de nuestro viaje. Hemos cogido un tour para conocer las islas Phi Phi y desembarcar en sus paradisíacas playas junto con otras hordas de turistas.

El tour, de 8:30 a 16:00, nos cuesta 1150 bahts por persona (algo menos de 30 euross), y parece que hayamos conseguido un precio imbatible. Viajamos 39 personas en una lancha, un poco apretaditos, y hacemos nuestro primer desembarco en Maya Beach, la famosa playa donde se rodó la película de La playa, con Leonardo DiCaprio. El enclave es, sin lugar a dudas, impresionante. Pero hay tal cantidad de gente pululando y haciéndose fotos (hacemos cálculos y creemos que habría más de 1000 personas) que casi prefiero irme ya de allí.

Nos acercan a ver un par de sitios más alrededor de la isla y ya nos llevan a comer, a la isla de Phi Phi Don. Nos encontramos con otro entorno precioso y mucho más tranquilo. Aquí sí que se respira paz. Y vemos, una vez más de lejos, a los monos descolgarse de los árboles y saltar por los tejados de chapa de las casas.

Con la panza llena nos llevan a hacer snorkel (lo de bucear con las gafas y el tubo). La verdad es que nos llevan a un rincón donde se está muy tranquilo (porque en otros sitios hemos visto decenas de barcos parados haciendo lo mismo y a los turistas como patitos alrededor de su barco sin poder separarse mucho). Flotando al ritmo de las corrientes somos testigos del libar de las rocas de bancos de peces y casi acariciamos a unos pececillos amarillos y negros que se acercan todo el rato a saludarnos.

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Para terminar nos llevan a la isla Bamboo, una isla toda rodeada de blanca arena y con unas aguas cristalinas de un azul turquesa de ensueño. Claro que resulta sumamente complicado encontrar un rincón algo tranquilo donde haya espacio para bañarse en el agua… Afortunadamente lo encontramos, junto a unas ruinas que se inclinan sobre el agua y las raíces de los árboles que encuentran anclaje en la arena.

Ya hemos conocido algunas de las playas más maravillosas del mundo. Ahora sólo queda volver algún día con un yate privado a las horas en que no estén infestadas de turistas.

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