Bangkok

Estas publicaciones en el foro van a hablar de nuestro viaje en Tailandia. Hemos juntado los días por zonas o ciudades y no en orden cronológico, ya que creemos que es lo más adecuado.

DÍA 1:  LLEGADA A BANGKOK 

Llegamos a Bangkok el 13 de julio de 2016 sobre las siete de la tarde. Nada más salir de la boca del metro la aplastante atmósfera húmeda tailandesa nos golpea. ¡Parece que vaya a ser imposible respirar durante los próximos 18 días!

Caminamos 5 minutos y llegamos a nuestro primer hotel, el Miggy Guest House, situado fuera del centro histórico pero bien comunicado con todas aquellas zonas por las que pase el metro (cosa que no sucede con el centro histórico). Nos alojamos en una habitación doble con baño privado y, muy importante, ventilador. Modesta pero agradable, cómoda y barata (400 bahts la noche entre los dos,  unos 10 €). No hay desayuno incluido, pero enfrente, en el mismo callejón tranquilo y lleno de plantas, hay un pequeño local que te sirve un delicioso desayuno por muy buen precio. 

DÍA 2: AYUTTHAYA 

Es nuestro primer amanecer en Bangkok pero hoy nos vamos a ir de excursión a las increíbles ruinas de Ayutthaya, antiguo reino de Siam. Fue fundada en el siglo XIV y, por aquel entonces, su ciudad vecina, Sukhotai, y Ayutthaya eran reinos rivales. Ayutthaya decidió que, más útil que las armas, era conseguir adeptos a su religión, y así lo hizo, venciendo a su rival y convirtiéndose en la capital del reino de Siam. 

Para llegar hasta las ruinas, que están a 80 km de Bangkok, vamos hasta la parada del metro de Victory Monument y allí, en un punto del círculo que rodea la rotonda, cogemos una furgoneta de esas que salen cada 20 minutos más o menos, cuando se llenan. Y por 60 bahts por cabeza (1,5 €) en una hora y media más o menos (el tráfico hasta que sales de Bangkok es terrible) estás en las ruinas.

La distancia entre los diferentes conjuntos de templos es bastante grande, así que hay que plantearse cómo va a querer uno visitarlos antes de echarse a andar… (Opción no muy recomendable). Nosotros pensábamos contratar un tuk-tuk, ya que se puede fijar un precio y te hacen el recorrido que les pidas. Pero sucedió que el conductor de la furgoneta en la que habíamos venido nos dijo que su mujer podía hacernos un recorrido de 5 horas y media en coche por 500 bahts por cabeza (13€). «Con aire acondicionado, con aire acondicionado» no paraba de repetir. Aceptamos y al principio nos pareció que nos íbamos a perder esa parte exótica de movernos en tuk-tuk (para quienes no lo sepan, es una especie de carromato en el que viajas en la parte trasera, más para turistas que para nativos, me parece a mí). Pero conforme fuimos experimentando el terrible calorazo que hacía (y eso que estuvo nublado gran parte del día) nos dimos cuenta del gran acierto. Mucha gente se mueve también en una bicicleta, que se puede alquilar allí, aunque yo esto no se lo recomendaría a nadie que no sea extremadamente inmune al calor, a la humedad y que esté muy en forma. Incluso había gente montando en elefante, ¡para todos los gustos!

Nuestra conductora era una mujer terriblemente feliciana. Conducía con una mano en el aire como sujetando una eterna taza de té invisible, apenas hablaba o entendía inglés y no paraba de sonreír repitiéndonos cosas como » very beautifuuuul», «hot, hot, hot…», «big Buddha, good luck». Realmente muy, muy graciosa.

Ahora haré un apunte para evitar decepciones, y es que las ruinas de Ayutthaya no se encuentran idílicamente perdidas en medio de la selva, como parece al ver las fotos, sino que curiosamente están rodeadas de la nueva ciudad de Ayutthaya. Hay templos unos junto a otros, entre jardines e inmensos árboles asiáticos, pero para llegar a otros hay que recorrer carreteras llenas de coches, pasar junto a tiendas, casas, etc. Lo cierto es que a nosotros esta ubicación nos decepcionó un poco, pero para nada las impresionantes ruinas, vestigio de un reino poderoso. Visitamos todos los templos importantes: el Wat Maha That, con la famosa cabeza de Buda reposando sonriente entre las raíces de un árbol que en algún momento decidió abrazarla para siempre; el Wat Yai Chaya Mongkol, donde hay quien paga por poder vestir con telas doradas a los budas de piedra que vigilan su templo y donde es posible subir hasta arriba; el Wat Thammikarat, donde nos encontramos la figura de un rey rodeado por un curioso altar, donde además de las típicas velas e inciensos le protege un orgulloso ejército de gallos de colores. También hay en ese recinto un par de templos, uno alberga al Buda blanco y el otro, en una habitación que se hace minúscula, con aires de bazar entre los objetos apilados por una parte y los ventiladores por otra, alberga a un Buda reclinado, que parece estar echándose una feliz siesta al fresco de los ventiladores. En los jardines hay también una gran cabeza de Buda saliendo de una flor de loto y unos fieros leones de piedra custodiando una pagoda. Otro de los puntos que visitamos fue donde se encuentra un gigantesco Buda reclinado de más de 40 metros de largo. Eso sí, bien vestido con una inmensa túnica de su tamaño. Otro de los templos da cobijo a un inmenso Buda dorado. Resulta impresionante, al ir andando por un pasillo de pequeños budas y colores hasta en el aire y de repente entrar a la sala del grande, que se queda pequeña, donde apenas cabe acurrucado entre las vigas.

Ayutthaya despliega sus encantos de ladrillo y piedra semiderruidos en una fundición natural de su decadencia con la desbordante naturaleza de esos árboles  de violentas raíces que atrapan toda ruina que se les ponga por delante. El turista se cruza con mil budas descabezados que tan sólo con su cuerpo invitan a la calma y a la meditación y contempla las escaleras que ascienden a esos templos que inspiraron las películas de Indiana Jones al sonido nuevo de pájaros desconocidos.

Volvemos a Bangkok a últimas horas de la tarde, ya de noche. Así que decidimos visitar Chinatown. Luces, colores, puestos, comida, olores, alcantarillas, frutos, vísceras, pescado, aletas de tiburón, gatos callejeros, calor, coches, gente… Más o menos lo que esperábamos extendido a lo largo de una avenida. Cenamos en uno de los puestos. «¿Spicy?» «No spicy.» Resultado: picante.

DÍA 17: BANGKOK

Hemos pasado una noche horrible y Clara se despierta aún con fiebre. Decidimos alargar un poco la hora de puesta en marcha, con calma, pero ¿qué vamos a hacer? ¿Quedarnos a recuperarnos en el hotel? ¡Ni hablar! Habrá que ir tirando poco a poco y la fiebre matutina por fortuna irá desapareciendo con un par de paracetamoles. Lo de la cojera… Ya es otra historia. Menuda estampa…

Hoy vamos a dedicarnos a visitar el «casco antiguo» de Bangkok. Y no imaginéis aquí calles peatonales (o mínimamente pensadas para andar) y edificios antiguos. Por lo que vemos de Bangkok en nuestra corta estancia en la ciudad, que viene a ser lo mismo que hemos visto en otras ciudades tailandesas, es difícil definir la antigüedad de las casas que se alzan casi sobre la propia calzada, todas del mismo estilo de hormigón gris o de colores, siempre mugriento, medio tapadas por los racimos de cableado que unen como una tela de araña toda la ciudad. Mucho tráfico, muchas motos, pocos parques o zonas verdes, sucios canales y ríos y pocos, muy pocos viandantes que no sean turistas.

Así pues, nos vamos acercando despacito para visitar el Gran Palacio y el Wat Phra Kaew. ¿Sinceramente? Nos sentimos timados. La entrada cuesta la friolera de 500 baht (13€), ¡más que una noche de hotel! Y luego resulta que la mitad del complejo está cerrado y sólo puedes ver los edificios desde fuera. ¿Quizás fue mala suerte y otras veces se puede visitar todo? Ni idea. Además, uno de los lugares que te incluye la entrada es el Palacio de Vimanmek, que está bastante lejos y, la verdad, no nos parece que vaya a ser tan interesante como para ir hasta allí. Al menos, el conjunto de templos que conforman el Wat Phra Kaew no nos decepciona. Tampoco nos parece el mejor de los templos que hayamos visitado, pero brilla con un montón de oro y colores, sus divertidos demonios custodian las puertas, sostienen pagodas, sus serpientes de tres cabezas plagan los tejados… Exuberante. Cada templo es diferente y original. Nos gusta.

Antes de ir a la otra margen del río paramos a comer. Bueno, o al menos Clara, con este calor pesado parece que en Bangkok a Jorge se le pasan siempre las horas de comer. En Bangkok no abundan precisamente los puentes, así que para cruzar el río hay que coger un barquito que por 3 baht(ni 10 centimos) en 5 minutos te deja al otro lado. Una vez allí, visitamos un pequeño templo, llamado Wat Rakangkositaram Woramahavihan. Y luego andamos hacia el Wat Arun o Templo del Amanecer. Lo cierto es que en estas largas calles polvorientas llenas de coches y con la desgraciada cojera, el camino se siente algo más largo de lo deseado (por algo muchos turistas lo que hacen es contratar un tuk-tuk que les haga una ruta para visitar los templos).

Al llegar, otra pequeña decepción, la impresionante pagoda del Wat Arun (símbolo de Bangkok) está cubierta de andamios. Y no por esto nos ahorran la entrada, no… 50 baht por persona (1,20 € aproximadamente). Si lo llegamos a saber la contemplamos desde fuera, ya que se ve prácticamente lo mismo… En fin, supongo que sin andamios debe ser precioso.

Volvemos a cruzar al otro lado del río para dirigirnos (seguimos a pie) al Wat Pho o Templo del Buda Reclinado, sin duda, el templo que más nos ha gustado de Bangkok, y uno de nuestros favoritos del viaje. La entrada cuesta 100 baht (un poco más de 2,5€), pero aquí sí creemos que están pagados con razón. El templo principal del conjunto, alto y elegante como la mayoría de los templos budistas, alberga en su interior a un Buda inmenso de oro que te observa plácido y benevolente desde muy arriba. Reclinado, ocupa el espacio justo como para no comenzar a salirse por ambas puertas. Afuera, entre divertidas estatuas de piedra de guerreros de largas barbas, demonios y demás hay varios patios con infinitos Budas y pagodas de cerámicas de todos los colores. Precioso. Un rincón de paz donde encontramos pocos turistas, mucha belleza y un lugar donde descansar un rato estos pies tan maltratados.

Se está haciendo de noche y ya no nos queda ni tiempo ni energía para visitar más templos. Emprendemos el camino de vuelta a la zona de Khao San Road. 

Pasear por esta famosa calle es de todo menos un paseo relajante. A los lados, tiendas y puestos con recuerdos, ropa, tatuajes, restaurantes, más bichejos para comer (aquí incluso tienen escorpiones y unas arañas peludas enormes), bares con música en vivo o simplemente con una música tan alta y tan poco melódica que resulta insoportable; entre todo este jaleo, tailandeses tratando de captar la atención del turista para meterlo en sus bares, venderle algo o llevarle al pussy ping pong show y guiris, muuuuchos guiris borrachos o en busca de ello. No es precisamente un ambiente que nos guste ni nada específicamente tailandés.

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DÍA 18: BANGKOK (MERCADOS)

Hoy pasaremos el día fuera de Bangkok. ¿Habéis visto alguna vez esas imágenes de un tren que pasa por encima de un mercadillo, casi pisando las verduras? Pues está cerca de Bangkok y vamos a ir a verlo, se llama el mercado de Maeklong, pueblo en el que se encuentra ubicado.

Repetiremos un poco las acciones del día que fuimos a Ayutthaya, ya que hoy también tenemos que viajar en una furgoneta que cogeremos en la caótica rotonda de Victory Monument. Tanto para llegar hasta allí como para volver por la noche, decidimos probar el desplazamiento en autobús urbano. No es demasiado complicado, sobre todo porque los tailandeses te ayudan mucho, incluso sin que se lo pidas, pero comprobamos que eso de la frecuencia… es algo… divertido. 

El viaje en furgoneta hasta Maeklong nos lleva algo más de hora y media (aunque se nos hace eterno), y nos cuesta 70 baht por persona (1,80 euros).

Maeklong es un pueblo, pero sus calles son como las de las ciudades, sucias, destartaladas y llenas de puestos y motos. Sin saber muy bien por dónde tirar, echamos a andar siguiendo un mercadillo y enseguida nuestros pies dan con unas vías de tren. ¡Es aquí! Efectivamente, ha de serlo. El mercadillo continúa prácticamente sobre las vías, extendiéndose a sus lados. Andamos un rato por ellas. Los toldos nos cubren. ¿Cómo va a pasar un tren por aquí? Es lo que se pregunta uno. Igual ahora también os preguntáis: ¿Y quién construye un mercadillo encima de las vías de un tren? Pues lo cierto debe ser que el mercadillo estaba allí hacía ya mucho tiempo, cuando alguien decidió que el tren pasara por ahí. La gente de Maeklong se negó a mover el emplazamiento de su mercado y… este es el resultado, una exótica convivencia. 

El tren pasa sólo varias veces al día, así que si queremos ver esta locura en acción, hay que mirarse los horarios. Efectivamente, conforme se acerca la hora, el mercado empieza a supurar turistas. Pocos, muy poquitos, pero todos andamos buscando el rincón perfecto para contemplar el espectáculo. Cinco minutos antes de que pase el tren, avisan por megafonía. Los mercaderes comienzan a tapar tranquilamente algunas de sus verduras, a retirar un poco otras y a plegar los toldos. Al rato oímos el pitido del tren, que nos avisa de su llegada. Todos, emocionados, preparamos las cámaras y nos aseguramos de no estar demasiado cerca de las vías. Poco a poco se le ve aparecer en curva, lento, muy lento, casi rozando los toldos y las frutas del suelo, como un elefante perezoso que atraviesa la selva. La gente de abajo miramos al tren, los del tren nos miran desde arriba, todos curiosos, y así sucede lentamente. En cuanto el tren pasa, cada puesto despliega de nuevo sus toldos, recoloca sus verduras. Y aquí no ha pasado nada.

Otro mercado cercano que queremos visitar es el mercado flotante de Amphawan. En Maeklong se puede coger un tuk-tuk por 8 baht (20 centimos) y en un plis estás ahí. Este mercado atrae sobre todo al turismo nacional, o a los tailandeses de Bangkok que van a pasar ahí el día para hacer compras y relajarse, ya que sólo abre los fines de semana y está en un lugar bastante tranquilo. Quizás no es tan bonito como otros mercados flotantes, ya que el río no está lleno de barquitos con verduras y sus mercaderes, tan sólo hay algunas barquitas de madera junto a las orillas donde cocinan pescado. A ambos lados del río, a cierta altura, se extienden los puestos con objetos y comida, ¡y muchos tailandeses!

Volvemos a Bangkok, y para cuando llegamos a nuestro barrio ya es hora de cenar. Lo malo de ciudades tan monstruosamente grandes como Bangkok es que cuesta demasiado entrar y salir de ellas. Como Khao San Road nos agobia un poco, decidimos hacer nuestro ratito de vida nocturna en la calle paralela, Rambuttri, también llena de puestos, tiendas, restaurantes y bares, pero con un ambiente mucho más agradecido.

DÍA 19: BANGKOK

Despierta nuestro último día en Tailandia. Seguro que nos quedan mil cosas que hacer, sobre todo en cuanto a excursiones por los alrededores de Bangkok, pero nos quedan por conocer unos cuantos templos importantes de la ciudad y poco dinero en efectivo, así que… Es difícil combinarlo todo. Decidimos callejear por esa zona del Bangkok «antiguo» que aún no conocemos y visitar tranquilamente esos templos, dejando la tarde para ultimar las compras de recuerdos con el dinero que quede y tomarnos algo por Rambuttri con el tiempo que también nos sobre (que termina por ser bastante, ya que hasta las dos de la madrugada no sale nuestro avión).

Empezamos nuestra visita con el Wat Suthat, un templo muy tranquilo y bonito, como los demás, en el que hay que pagar 20 baht para entrar (50 centimos). No muy lejos andando está el Wat Saket o Monte Dorado, llamado así al consistir en una pagoda dorada bastante elevada. Lo bonito de este templo es que tiene vistas de todo Bangkok. Bueno, de todo, de todo…no, ya que la ciudad se pierde en el horizonte por los cuatro puntos cardinales. Para entrar a él, también hay que pagar 20 baht. Y andando un poco más llegamos a nuestro último punto en el mapa, el Wat In o Templo del Buda de pie. Se llama así porque tiene una gran estatua dorada de Buda de pie. 

Y ahora… ¿Qué? Después de la comida nos queda toda una tarde sin planes ni ambición de movernos ni siquiera por dentro de la ciudad si supone irse algo lejos usando transporte. Así que como hemos dejado las mochilas en la consigna del hotel y hasta las diez no tenemos que coger el autobús para ir al aeropuerto, nos dedicamos a perdernos un poco por el barrio: entrar en pequeños templos, comprar en puestecillos, pasear junto al río, ver a un lagarto enorme con pintas de cocodrilo en un canal putrefacto, tomarse algo… Una última tarde muy distendida en el loco Bangkok.

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