TWYFELFONTEIN: TIERRA DE LOS DAMARA

Tras salir del parque de Etosha pusimos rumbo a Twyfelfontein, pero nos quedamos a hacer noche en Madisa Camp, un camping como sacado de otro mundo a medio camino entre Twyfelfontein y Bradenberg, la montaña solitaria, más o menos a una hora de distancia de cada uno.

Nuestra idea era acercarnos por la tarde a ver la famosa pintura rupestre llamada White Lady que hay en las faldas de Bradenberg y disfrutar también un poco del paisaje de esa montaña que recorta el horizonte como una mole. Pero al llegar al camping, nos contaron que las visitas a esas pinturas cierran a las 16:00, así que ya se nos había hecho tarde para ir. Nos tocó desechar el plan y pasar la tarde dando una vuelta por los caminos de esta zona tan inesperada que, por cierto, también esconde pinturas rupestres por sus rincones.

De repente habíamos entrado en un mundo como de otro planeta, un tanto onírico, quizás. Las largas carreteras en línea recta se habían convertido en caminos de tierra y subían y bajaban por un paisaje por fin menos plano. No obstante, a los lados se seguía extendiendo una extensa sabana, con montes que ahora ya por fin salpicaban el horizonte. Lo más curioso son unos… ¿cúmulos?, ¿montes? de extrañas formas que, a vista de pájaro, parecen hormigueros surgiendo de la tierra. Desde la tierra, parece que un gigante se hubiera entretenido apilando rocas. En fin, una imagen vale más que mil palabras…

Por esta zona no parecía haber civilización, sólo pequeñas granjas familiares muy precarias a los lados del camino y a los pies de las rocas. Estábamos en medio de la nada. Más adelante aprenderíamos que esto es así en todo Namibia. 

Así pues, el Madisa Camp está integrado en el paisaje. Las parcelas están muy separadas las unas de las otras y lejos de la recepción. Nada te separa de la naturaleza. Si te arrancas, te puedes echar a andar bajo la luna llena desde tu tienda de campaña hacia el interior de la sabana y ni te enteras. Cada parcela tiene su propio váter y su ducha al aire libre, para ducharse mirando a las estrellas. 

Además, aquí la temperatura es por fin cálida, tras el frío que habíamos pasado las últimas noches se agradecía tanto que pareciera verano… Al atardecer, subimos al cúmulo de rocas (o gran roca) que hay sobre el Madisa Camp. El paisaje que se extiende allí a tus pies con los colores de la puesta de sol es maravilloso.

Por la noche sólo se oye a los grillos, a los pájaros nocturnos y al viento entre los árboles. Podríamos habernos quedado allí una eternidad, junto a la lumbre crepitante y una gata salvaje que vino a pasar la velada con nosotros y que cazaba saltamontes gigantes con una facilidad pasmosa.

A la mañana siguiente, retomamos la carretera polvorienta para ir a visitar varios lugares que se encuentran muy cerca los unos de los otros: Burnt Mountain y Organ Pipes, las pinturas rupestres de Twyfelfontein y el Damara Living Museum. Tras esto, nuestra intención era ir a dar un paseo por el bosque petrificado, más o menos por la zona, cerca de Khorixas, pero seguimos mal las señales de la carretera y para cuando nos dimos cuenta de que nos lo habíamos pasado ya estábamos muy lejos como para volver. Así que mirad bien por dónde está si queréis ir a verlo.

Para visitar todos estos lugares hay que pagar entrada. Burnt Mountain junto con Organ Pipes cuesta 50 dólares namibios por cabeza, Twyfelfontein son 100 y en el caso del Damara Living Museum hay distintas opciones que puedes elegir. Nosotros elegimos una opción dentro del museo que costaba 100 dólares por persona y luego una visita al pueblo donde viven hoy en día que nos costó 80 a cada uno.

¿Y en qué consiste cada una de estas actividades? Pues la Burnt Mountain son las laderas de una montaña que fue un volcán hace muuuuucho tiempo y cuya lava y cenizas salpicaron las laderas, dejando así una zona multicolor de tierra negra, roja y amarilla. Surgieron también las formaciones rocosas a las que llaman Organ Pipes, por su forma como un órgano natural. La visita es dar un paseo cortito por ahí. El chico que nos guió nos contó muchas cosas interesantes también sobre la flora del lugar y sobre Namibia en general, ya que aprovechamos para preguntarle cosas. Por ejemplo, vimos por primera vez esos curiosos árboles endémicos del desierto del Namib: la Welwitschia. Nadie diría que son árboles, pues por su aspecto más bien parecen plantas pochas y, sin embargo, algunos tienen cientos y hasta miles de años. También nos fascinó el hecho de que puedan llegar a pasar 4 años sin llover aquí. Inexplicable cómo sobreviven las plantas… Y lo más divertido fue cuando nos mostró su lengua damara, una de esas lenguas africanas que hablan empleando clicks y nos pidió que le grabáramos un vídeo diciéndonos algo.

La visita a las pinturas rupestres de Twyfelfontein también va con guía. Seguramente sea por la falta de turistas en este momento, pero en todos estos lugares fue llegar y comenzarnos las visitas para nosotros dos solos. Esta visita supuso andar un rato bajo el sol y subiendo y bajando un poco entre las rocas donde están los grabados (en realidad no son pinturas, sino grabados), durante unos 45 minutos. La guía te explica los animales o significados de los grabados que tienes delante y para qué los empleaban los pueblos nómadas que los hacían (spoiler: para comunicarse entre ellos sobre los animales, sus rastros y los lugares con agua que había en la zona). La verdad es que se conservan increíblemente bien, sobre todo para estar ahí a la intemperie, y los artistas que los esculpieron tenían mucho talento, porque son realmente bonitos.

El Damara Living Museum es un lugar en el que varios actores de la etnia damara (habitantes de los pueblos de los alrededores), vestidos con las ropas de antaño, te muestran de forma teatralizada cómo vivía su pueblo en el pasado. Así pues, mientras un guía te va llevando de un rincón al otro del poblado recreado, los actores te van mostrando sus distintas actividades rutinarias: los productos naturales que emplean para sanarse, cómo creaban las armas, la artesanía que hacen las mujeres, etc. Y, para finalizar, todos juntos te bailan y cantan un par de canciones. Y es increíble lo musicales que son estas gentes. 

Por cierto, las artesanías que venden en las tiendas de recuerdos tanto del Damara Living Museum como de Twyfelfontein, las hacen ellos mismos (es lo que les ves hacer durante la visita) y otros habitantes damara de los pueblos de la zona. Nuestro guía, por ejemplo, nos contó que su hermano talla los cuchillos y que él mismo, en su tiempo libre, recoge piedras preciosas por los montes para venderlas en las tiendas. Con lo cual, está muy bien saber que el dinero que estás pagando por esos productos realmente artesanales les está yendo directamente a ellos.

La visita que hicimos con el guía a su pueblo (a 2 kms del museo) fue muy interesante, porque ves cómo viven ahora realmente. El guía fue un chico muy simpático, cuyo nombre no recordamos porque estaba lleno de clicks y era imposible de pronunciar. Allí nos presentó al líder de su pueblo, a sus hermanos, a su mujer y a su hija pequeña. De hecho nos pidió que nos hiciéramos fotos con ellos para que se las mandáramos después, aunque el pobre no tiene móvil ni nada todavía, así que seguramente se las mandemos por carta.

Nos mostró su casa por dentro y nos dio una vuelta por las calles. Sorprende lo poco que tienen para vivir. Sus casas, hechas con palos y adobe, apenas son una habitación con una mesa y una cama. Cocinan en el patio haciendo un fuego. Algunas casas tienen electricidad, pero otras no; y lo mismo sucede con el baño, así que tienen unos váteres públicos. No tienen escuela, aunque planean abrir una guardería, y tienen una tienda-bar y una tienda donde nos asomamos y apenas hay nada. Eso sí, algo que no cambia en ningún lugar del mundo: saliendo del pueblo, la pista de fútbol.

Nuestro guía nos enseñó también algunas cositas básicas en su lengua (cómo saludar y dar las gracias) y la gente era muy maja con nosotros y nos animaban a probar a decir alguna cosilla más (pero era tan difícil…). Nada más llegar, un puñado de niños descalzos salieron corriendo y sonrientes a saludarnos y luego nos iban siguiendo por las calles. El chico nos contó que siempre que viene algún turista le piden chuches y nosotros, por desgracia, no llevábamos ni una, así que le pedimos que se lo dijera para no hacerles perder el tiempo a los pobres y cuando se lo tradujo se oyó un “oh…” generalizado y con la cabeza gacha se dieron la vuelta. ¡Qué rabia, de haberlo sabido…! Así que ya sabéis, ¡llevad chuches siempre encima por si acaso acabáis visitando algún pueblo como este!

En fin, una mañana llena de aprendizaje. Tras esto, retomamos el solitario camino que atraviesa el desierto (ya entramos al desierto del Namib) y pusimos rumbo a Springbokwasser, la puerta de entrada al Skeleton Coast. Por el camino, de unas dos horas de viaje, apenas nos cruzamos con 4 coches, algunas gacelas, un par de rinocerontes y un par de cebras. Los montes de piedras rojizas y matojos blancos salpican el paisaje. Estás realmente en un desierto perdido del resto del mundo, ¡resulta liberador!

En la puerta de Springbokwasser hicimos noche en un camping roñoso y solitario en medio de la nada, para atravesar la puerta a la mañana siguiente. Para quedarse en este camping no es necesario hacer reserva antes y es realmente barato (40 dólares por cabeza) pero claro, simplemente es un terreno vallado (para protegerte de los animales salvajes) con unos baños y duchas muy viejos y sucios, agua corriente (que es un bien muy preciado aquí) y luz hasta las 21:30. La verdad es que no se le puede llegar a llamar camping. Eso sí, nosotros estuvimos allí totalmente solos y sentirse tan en medio de la nada contemplando las estrellas y escuchando el silencio no tiene precio, además lo elegimos por ser lo más cercano a la puerta de entrada y así poder aprovechar el día siguiente en la Costa de los Esqueletos, sin tener que hacer una hora o dos para llegar hasta la entrada.

SIGUIENTE ETAPA –> SKELETON COAST; NAUFRAGIOS FRENTE AL DESIERTO

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2 comentarios en “TWYFELFONTEIN: TIERRA DE LOS DAMARA

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