Introdución

Nacimos humanos y, como tales, pegados tan sólo a nuestra piel. ¡Dichosos los caracoles que arrastran con ellos su casa! Nació, no obstante, también pegada a nosotros un ansia intensa de viaje. Ya que se trata de algo que no se va por más que uno frote, hubo que empezar a convivir con ello. Buscamos cirujanos que nos injertaran en la espalda una casa redonda de cíclicas espirales de viajes, hablamos con los caracoles, con las tortugas… pero nada funcionó. Hasta que optamos por la versión moderna del caracol: una vieja furgoneta remodelada y lista para cumplir sueños. Al fin y al cabo, esto no deja de ser parte de la teoría de Darwin.

Ahora que somos la envidia de los caracoles, ya que vamos un poquito más rápido que ellos, hemos decidido decorar nuestro nuevo caparazón de viajeros con los retazos de nuestras pequeñas aventuras. Este será nuestro corcho. Aquí compartiremos nuestras fotos, las buenas y malas experiencias y, en fin, todo lo que creamos que pueda ser útil para el resto de los caracoles que, lentos pero constantes, deseen conocer mundo.

Sucede que, de vez en cuando, debido al inevitable paso del tiempo, el caracol crece y debe desprenderse de su caparazón para poder moverse bien hasta encontrar otro que cubra mejor sus necesidades. En ocasiones nos sucederá algo parecido a nosotros, así que quizás nos veáis cruzar desiertos a pecho descubierto, volar en globo sin alas ni paracaídas o caer en el otro lado del mundo sin un techo seguro.

Sea como sea, estos dos seres humanos con complejo de caracol seguirán adelante en su deseo por alcanzar cada rincón del mundo, ya que «no viajamos para escapar de nuestras vidas» sino que «viajamos para que nuestras vidas no se escapen».

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